jueves, 20 de noviembre de 2025

¿Cuáles son las quejas de Lunarcharski respecto al enfoque del arte y la vida social de Pereverzev?

«La esencia de nuestra postura marxista en la crítica literaria, como es bien sabido, radica en que, en primer lugar, consideramos todo arte, incluida la literatura, como un reflejo de la vida social. Para nosotros, la literatura forma parte del proceso social y está totalmente determinada por el entorno social en el que surge y se desarrolla.

En segundo lugar, consideramos la literatura una gran fuerza social, por lo que el marxismo no solo debe investigar los orígenes de la literatura −tal o cual libro o autor−, sino también su significado social, su propósito consciente o semiconsciente y los resultados verdaderamente objetivos, los cambios verdaderamente objetivos, que un libro, un autor o una escuela determinados son capaces de producir en la sociedad. Así pues, abordamos la literatura dialécticamente: primero, desde la perspectiva del origen, como sociólogos, como monistas, como personas que creen que la sociedad es un todo integrado, con el cambio económico como factor y fundamento fundamental y determinante. Por otro lado, abordamos la literatura como personas interesadas en el proceso sociopedagógico en el sentido más amplio del término, en el proceso de maduración y formación de la conciencia humana según ciertos ideales y actitudes.

Esto es lo principal que distingue a todo marxista: todo marxista ve las cosas exactamente de esta manera, y estas son las características principales de nuestro enfoque literario marxista.

Hay que decir que nosotros, los marxistas, en nuestra inmensa mayoría, con la excepción de muy pocos entre nosotros, creemos que esta base económica, este cambio en el poder del hombre sobre la naturaleza a través del crecimiento de su trabajo, sus herramientas y, dependiendo de ello, la organización económica del hombre, no influye directamente en la literatura, es decir, que en muy raras ocasiones es posible pasar directamente de la tecnología de un tiempo determinado y de la estructura económica de un tiempo determinado a la literatura.

Existen excepciones entre los marxistas que creen que tal conexión puede establecerse. A esto se le suele llamar «shulyatikovismo», en honor a Shulyatikov, quien, en los albores de nuestros estudios literarios marxistas, cometió tales errores y a menudo derivó formas artísticas de la tecnología o de hechos económicos.

He aquí uno de los ejemplos más burdos que se pueden dar: creía que la industria fabril, al crear una enorme cantidad de chimeneas, actúa en una dirección tal que en el arte las líneas verticales comienzan a prevalecer sobre las horizontales; un ejemplo de una transferencia burda y primitiva de cambios técnicos al arte.

Otro ejemplo: Shulyatikov creía que todos los escritores pertenecientes a la clase burguesa o de alguna manera bajo la influencia de la burguesía engañan deliberadamente a la gente, poniéndose máscaras de hipocresía, máscaras de liberalismo mercantil, e intentando disfrazar su verdadera naturaleza.

Esto, por supuesto, no es marxismo en absoluto, y en aquel entonces, cuando objeté a Shulyatikov −éramos jóvenes por aquel entonces−, señalé que aquello no era marxismo, sino misantropía, que intenta encontrar tras cada palabra elocuente un alma humana vil y cree que, con la excepción de los revolucionarios y los proletarios conscientes, todos los demás son oportunistas interesados en su propio beneficio, bastardos que se disfrazan bajo nobles ideales. Cabe decir que, en la actualidad, se han formulado reproches contra el camarada Pereverzev −de quien hablaré brevemente más adelante− por semejante shulyatikovismo, o una versión debilitada del mismo, debido a que evita cuidadosamente establecer la fórmula de Plejánov con la que este principal fundador de la crítica literaria marxista vinculó la economía y la literatura.

miércoles, 12 de noviembre de 2025

Engels reflexionando sobre la religión, su origen, evolución y solución


«Pero la religión no es más que el reflejo fantástico, en las cabezas de los hombres, de los poderes externos que dominan su existencia cotidiana: un reflejo en el cual las fuerzas terrenas cobran forma de supraterrenas. En los comienzos de la historia son las fuerzas de la naturaleza las primeras en experimentar ese reflejo, para sufrir luego, en la posterior evolución de los distintos pueblos, los más complejos y abigarrados procesos de personificación. Este proceso está documentado en detalle, por lo menos para los pueblos indogermánicos, por la mitología comparada, desde su origen en los vedas indios y en su continuación entre los indios, los persas, los griegos, los romanos, los germanos y, según la suficiencia del material, entre los celtas, los lituanos y los eslavos. Pero pronto entran en acción, junto a las fuerzas de la naturaleza, también las fuerzas sociales, fuerzas que se enfrentan al principio al hombre como tan extrañas e inexplicables como las de la naturaleza, y que le dominan aparentemente con la misma necesidad natural que éstas. Las formaciones fantásticas en las que al principio se reflejaron solo las misteriosas fuerzas de la naturaleza cobran así atributos sociales, se convierten en representantes de poderes históricos. A un nivel evolutivo aún superior, todos los atributos naturales y sociales de los muchos dioses se transfieren a un único Dios omnipotente, el cual no es a su vez sino el reflejo del hombre abstracto. Así nació el monoteísmo, el cual fue históricamente el último producto de la tardía filosofía vulgar griega y halló su encarnación en el Dios exclusivamente nacional judío Jahvé. En esta forma cómoda, manejable y adaptable a todo, la religión puede subsistir como forma inmediata —es decir, sentimental— del comportamiento del hombre respecto de las fuerzas ajenas, naturales y sociales, que le dominan, y ello mientras los hombres estén bajo el dominio de dichas fuerzas. Pero hemos visto varias veces que en la actual sociedad burguesa los hombres están dominados, como por un poder ajeno, por las relaciones económicas que han creado ellos mismos y por los medios de producción que ellos mismos han producido. El fundamento real de la acción refleja religiosa sigue, pues, en pie, y con él el reflejo religioso mismo. El hecho de que la economía burguesa permita cierta percepción de las conexiones causales de ese dominio externo no cambia objetivamente nada. La economía burguesa no puede ni impedir las crisis en su totalidad ni proteger al capitalista individual de pérdidas, malas deudas y bancarrota, o al trabajador individual del paro y la miseria. Aún sigue valiendo que el hombre propone y Dios es decir, el extraño poder del modo de producción capitalista dispone. El mero conocimiento, aunque sea más amplio y profundo que la economía burguesa, no basta para someter fuerzas sociales al dominio de la sociedad. Para ello hace falta ante todo una acción social. Y cuando esa acción está realizada, cuando la sociedad, mediante la toma de posesión y el manejo planificado de todos los medios de producción, se haya liberado a sí misma y a todos sus miembros de la servidumbre en que hoy están respecto de esos mismos medios de producción, por ellos producidos, pero a ellos enfrentados como ajeno poder irresistible; cuando el hombre pues, no se limite a proponer, sino que también disponga, entonces desaparecerá el último poder ajeno que aún hoy se refleja en la religión, y con él desaparecerá también el reflejo religioso mismo, por la sencilla razón de que no habrá nada ya que reflejar» (Friedrich Engels; Anti-Duhring, 1878)